Desde su niñez, Manuel García sintió una profunda admiración por la pasión de su padre hacia el pastorado. Los recuerdos de aquellos días, viajando a pueblos y comunidades rurales de la región Caribe Colombiana, están impregnados de las palabras llenas de fe y autoridad con las que su padre predicaba el evangelio. Sus sermones, siempre arraigados en la verdad de que “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8), encendieron en Manuel el anhelo de seguir ese camino.
La influencia de su madre también dejó una huella en su vida. Incansable y amorosa, ella servía como maestra de escuela dominical, preparando cada lección con esmero y enseñando a los niños con una paciencia y ternura que reflejaban el amor de Cristo. Su ejemplo le enseñó que el ministerio no consiste solo en predicar, sino en servir con humildad y pasión, siguiendo las palabras de Jesús: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir” (Mateo 20:28).
Inspirado por la fe y el testimonio de sus padres, Manuel anheló profundamente recibir sus credenciales pastorales. Para él, ser pastor no era simplemente un título, sino un llamado divino, un privilegio inmerecido y el mayor galardón que su corazón podía desear.
En el año 2024, Manuel inició el proceso para obtener sus credenciales pastorales, siendo entrevistado en repetidas ocasiones por distintos miembros de la conferencia Mosaico. Cada conversación se convirtió en un espacio sagrado donde pudo compartir su caminar con Dios, sus pruebas y su llamado. Su corazón rebosaba de gratitud y humildad, recordando las palabras del apóstol Pablo: “Fiel es el que os llama, el cual también lo hará” (1 Tesalonicenses 5:24).
El día en que recibió el mensaje de aceptación fue inolvidable. Manuel abrazó a su esposa y, entre lágrimas de felicidad, elevó una oración de agradecimiento. Su mente viajó por los recuerdos, los procesos y las pruebas superadas, reconociendo que la gracia de Dios había sido suficiente en cada paso.
Finalmente, en 2025, Manuel viajó a Medellín, Colombia, para recibir oficialmente sus credenciales pastorales. La ceremonia se llevó a cabo en una fría y lluviosa mañana de domingo, bajo un kiosco sin paredes, rodeado por la majestuosidad de la Cordillera Central de los Andes. La escena parecía salida de un salmo, con el canto de las aves como fondo y la lluvia cayendo suavemente, como una señal de bendición divina.
Cuando el hermano Marco Guete lo llamó al frente, Manuel sintió las manos de sus hermanos en la fe sobre sus hombros y, junto a ellas, la presencia tangible del Espíritu Santo. Al recibir sus credenciales, su corazón se llenó de humildad y gratitud, recordando las palabras de Isaías: “Aquí estoy, envíame a mí” (Isaías 6:8). Un sueño largamente anhelado se hacía realidad.
Su esposa permanecía a su lado, mientras sus hijos corrían felices bajo la lluvia, disfrutando de la naturaleza creada por Dios. Aunque anhelaba que su comunidad, Resplandece Mennonite Church, estuviera presente físicamente, logró compartir el momento a través de una conexión híbrida. Un video y algunas fotografías permitieron que los miembros de la iglesia participaran de la celebración, y poco después, una lluvia de mensajes de felicitaciones y bendiciones inundó su teléfono, llenando su alma de gozo y confirmando que el cuerpo de Cristo es uno solo, sin importar la distancia.
Aquel domingo fue verdaderamente memorable, un día que quedaría grabado para siempre en su corazón. La jornada concluyó con una deliciosa comida tradicional colombiana, en la que Manuel y su familia celebraron no solo un logro personal, sino también la fidelidad inquebrantable de Dios. Como declara el salmista: “Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros; estaremos alegres” (Salmos 126:3).
